Desde hace algunos años, el Instituto Nacional Indigenista (INI), después Comisión Para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y ahora Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) opera un par de programas encaminados a apoyar proyectos productivos en localidades indígenas. Ambos programas han cambiado de nombre en diferentes ocasiones, según el gobierno federal en turno, pero la finalidad, tal como se puede leer en la página oficial, “contribuir al fortalecimiento de las economías de los pueblos y comunidades indígenas y afro mexicanas”, ha cambiado poco.
Uno está encaminado a grupos de individuos y es un amplio abanico de actividades para generar ingresos económicos a población indígena que se agrupa para tal fin: Tortillerías, tiendas de abarrotes, papelerías, ganadería, y un largo etcétera, son los giros susceptibles de recibir apoyo económico. El efecto que estos programas han tenido lo podríamos acotar en dos tipos: beneficiosos y perjudiciales, por llamarlo de algún modo.
Los beneficios tienen que ver, sobre todo, con aspectos económicos: se capitaliza a pequeñas empresas familiares cuya actividad se realizaba previamente y se detona la colaboración de los integrantes del núcleo familiar, se genera el crecimiento en emprendimientos incipientes, se promueve la integración formal al mercado local, se facilitan los procesos productivos, se genera ingreso económico para los integrantes, se fortalece el mercado local, entre otros.
Los efectos adversos tienen que ver, en su mayoría, con la larga tradición indigenista, centrada más en el clientelismo político que en el desarrollo efectivo de capacidades económicas, que, a pesar de haberse discutido hasta el cansancio, persiste en buena parte de la población y desemboca en actitudes de exigencia o de pedigüeñería, malversación de los fondos, coyotaje (en cierta ocasión pude presenciar el deplorable espectáculo de un “gestor” que, gritando, saltaba y levantaba los brazos eufórico al recibir la noticia de que varios de los grupos que había “gestionado” recibirían el apoyo solicitado: claro, al calcular el porcentaje a cobrar a cada grupo, su ganancia se calculaba en decenas de miles), compras falsas, compra de facturas, artículos ajenos al proyecto y una serie de vicios ligados a los apoyos y a la falta de experiencia en el manejo de una microempresa. (En Cherán era práctica común que los vendedores de tela cobraran adicionalmente por las facturas emitidas, ¡por la compra de artículos en sus tiendas!). Con sus pros y contras, el impacto del programa es bajo en las comunidades que opera.
Caso contrario es el programa que tiene como objetivo el aprovechamiento del entorno natural, pues involucra a autoridades y a la mayoría de la población que tiene que decidir en asamblea la participación, o no, en el programa, así como establecer la organización del trabajo en torno. A este programa (que también cambia de nombre frecuentemente) se deben proyectos turísticos instalados en localidades de la ribera del Lago de Pátzcuaro, como San Jerónimo Purhenchécuaro, Isla de La Pacanda, Yunuén, Ucasanastacua y otras en Los Azufres, San Juan Parangaricutiro, Angahuan y Zirahuén. El alto impacto que tiene este programa en las localidades que opera tiene que ver con la forma de trabajo que impone a la comunidad, aun cuando lo hagan en asamblea y por decisión propia, y a la forma de entender el territorio. En este último punto, es sensible el cambio en la relación con el entorno: Lo que antes era, por ejemplo, un paraje donde quien lo necesitara podía deambular, es hoy una zona donde la importancia del turista predomina. En cierta ocasión, mientras esperábamos dentro del auto, fuimos reprendidos por traer vasos con cerveza: “Dan mal aspecto”, fue el argumento, mientras afuera los turistas que desembarcaban ruidosamente de la lancha podían circular impunemente con sus botellas de cerveza. Se capacita a las personas sobre cómo dar “valor agregado” a aspectos de la cultura local que se pueden comercializar y, por supuesto, el territorio es a lo que más se ha dado este trato. Hoy tenemos bellos parajes habilitados como zonas de descanso o esparcimiento para turistas.
No es necesario insistir en la importancia de evaluar la manera de promover el desarrollo económico en localidades indígenas sin deteriorar las formas de organización comunitaria, la urgencia debiera ser visible para las instituciones, como lo es para quienes habitamos en ellas.