Para la música de la comunidad, llamada con frecuencia música tradicional por su función en la tradición precisamente, es indispensable conocer el sentido útil de las piezas musicales que dinamizan las celebraciones, cómo funcionan, por qué es importante que funcionen y hagan caminar la fiesta y de qué manera no son sólo melodías que se prefiere o no se prefiere escuchar. La preferencia, lo favorito, lo “que más me gusta” para mi propia complacencia, no importa para la celebración y por eso los músicos no prestarán más atención a eso que a musicalizar los momentos de la fiesta: la procesión, la salutación con las mañanitas, la ofrenda y el corpus, los pasacalles o las caminatas, las dianas, la danza, la caminata, las alboradas y los toros, entre otras piezas imprescindibles. Y es importante porque si un músico desconoce la dinámica de la fiesta se puede permitir aventuras composicionales que la dañen. Veamos un ejemplo:
Hay una pieza que en los últimos años ha sufrido una intervención que, si válida, no por eso acertada ni, mucho menos, inocua y sí, hay que decirlo, bastante lesiva. Se trata de un toro al que un músico y cantante, fallecido ya, le puso letra y con ello, título: el toro pinto. No habría sido mala idea, si no fuera porque la letra da cuenta de circunstancias de la fiesta que no corresponden: “¡Vengan niños y muchachas/ vengan a bailar el toro/ que anda muy enfurecido… /Hazte a un lado/ que el toro te va a cornear…”.
Primero: el toro es una pieza que, llegado el momento ceremonioso, alguien, solicita porque está autorizado para ello, digámoslo así, y porque va a tener lugar una ofrenda “para agasajar a los padrinos” o “a los compadres”, rito imprescindible para la fiesta, y no una pieza musical que cualquiera pide a la banda o la orquesta para levantarse, buscar una pareja y bailar. Es decir, no se puede meter a bailar quien sea ni como sea ni en el momento que sea, lo cual invalida tan inusitada invitación: “vengan niños y muchachas”.
Segundo: así sea que nos refiramos a un toro de papel o de petate, como también se les llama, en el ritual del toro regularmente no hay expresamente un toro, sino una idea de que hay un toro. La gesticulación y el movimiento corporal responden a ese rito, pero no hay alguien que “embista” a la gente si no se pone aguzada para evitarlo. Tampoco es un juego donde los participantes se tengan que poner a salvo de los “embistes”, pues, en todo caso “ser embestido es parte de una simulación como parte del ritual. Decir, entonces, “hazte a un lado/ que el toro te va a cornear” denota que el cantador “compuso” la letra, sin tener la menor idea de la naturaleza del rito ni del sentido funcional de la pieza musical en la fiesta.
Dicho sea de paso: Entre los músicos los toros no tienen título o nombre; metidos en la fiesta, suele decirse: “Hay que echar un toro”, “¿cuál?”, “¿pues cuál estará bien?”, “a ver éste: (y el músico da las primeras notas)”, “sale”, y los músicos tocan tal toro o tal otro. Pero ningún músico en su sano juicio hace caso al despistado que, ebrio de gusto, les dice: “¡Échenme el Toro pinto!”. Luego se asombra uno de que los tumultos de turistas, armados de ignorancia, invadan las ceremonias del pueblo, metiéndose entre la gente y convirtiéndolas en parranda.
A propósito: en Internet se deja ver un aficionado a la cámara que “descubrió”, dice, “al autor de la pirekua del toro pinto”. Nada más falso. Los toros no son pirekuas, pues no tienen letra y, por supuesto, no se cantan, lo mismo que no se cantan El Corpus, los sones danza, ni los pasacalles; sería tan absurdo como cantar una diana. Ya se sabe: usted podrá decir “¡yo he oído a alguien cantar la diana!”. Pues claro, cualquiera puede intentar el interesante ejercicio de ponerle letra al paso redoblado de las bandas de guerra (igual que hay quien lo hizo con el toque de Bandera). No hay por qué coartarle a nadie su derecho de hacer desfiguros, pero eso será cualquier cosa, menos tradición.