¿Se imagina usted?: “¡Feliz día del indio, Lupita!; y no se te olvide limpiar el sótano temprano; terminando te puedes ir a tu pueblo a ver a tu mamá, ¡pero te espero el lunes temprano, eh!”. A propósito del Día Internacional de los Pueblos Indígenas.
Bueno, quién sabe si en lo íntimo de la vida de los indígenas, permanentemente discriminados, subempleados y mal pagados, ocurran cosas así; en la vida pública el discurso es “menos cruel”: “Nunca hemos quitado el dedo del renglón”, “Los mexicanos tenemos una gran riqueza en nuestro pasado indígena”, “Nuestro gobierno ha centrado su atención en nuestros pueblos y en nuestras tradiciones y costumbres”, más lo que a usted se le ocurra.
Por más que desde los años del Congreso Indigenista Interamericano, ocurrido en Pátzcuaro en 1940, era urgente la necesidad de igualdad entre las sociedades étnicamente discriminadas en el mundo, por más que las buenas intenciones ya deben estar bastante maduras para nuestro tiempo, lo único que no ha quedado claro jamás es cómo son en su naturaleza las necesidades de los indios que sobreviven apenas a los embates del monstruo desarrollista que los segrega, los discrimina y los exhibe para justificar las monedas que van a arrojarles. Más aún, lo que no queda claro y nadie discute es cómo no son las necesidades de los indios.
Desde el enfoque, la alusión por sí misma de una relación de sociedades nacionales con las sociedades indígenas que los grupos étnicos representan es la prueba de que hay una visión hegemónica que manda y domina por encima de una visión holística de las humanidades y de las sociedades. Decir que hay que atender a los grupos indígenas coloca a las instituciones del lado donde está el mango de la sartén; decir que el problema está atendido o, más optimistas, que está a punto de ser resuelto —que no lo está, por cierto— es lo que coloca a las instituciones en el diseño de rutas para que “el problema indio” —como si lo fuera— deje de serlo; y no tiene la menor importancia que quien esté al volante sea un indígena, pues para el caso de Michoacán, es indígena quien desde el INPI ejerce una forma de racismo no menos perversa.
Sin que haya forma de ponerse de acuerdo en las cosas que hay que dejar de hacer en torno al tema, todo parece indicar que será la costumbre, llevada hasta el nivel institucional, la que gobierne la construcción de la idea de desarrollo. Siempre se ha procedido así: “Se le ha preguntado al pueblo si quiere cocacola y el pueblo nos ha dicho que sí”, nos dicen; lo que no dicen es que, pudiendo preguntarle a la gente del pueblo, se les ocurre preguntarle a don Celerino, el señor de la tienda.
Si las sociedades no están en condiciones de apropiarse de información clara y suficiente —en su lengua, por principio, para decir lo obvio— para cuando le planteen la pregunta, lo más seguro es que no tenga manera de reflexionar en colectivo para formular una respuesta y estar seguro de proceder correctamente.
Igual que no hay por qué desgarrarse las vestiduras cuando Víctor Toledo señala voz en cuello que los artífices del nuevo traje para la Cuarta Transformación nos están tomando el pelo, y es valioso que alguien se lo haga saber al Presidente para que no salga desnudo a desfilar, quién se atreve explicarle al pueblo indígena que el titular del Instituto para el tema, Adelfo Regino, no cuenta con mejor inspiración que mantener y mantenerse de la misma idea indigenista de hace 70 años.
Si la cuarta va a actuar como otros gobiernos hay que decirle que ya les «pagó» a los políticos profesionales su ayuda para llegar a ser gobierno (Si es que ayudaron en algo a los 30 millones de votos). Ahora toca hacer cambios y tirar el lastre…