Las llamadas radios culturales nacen con mala estrella desde que les imponen apellido. Para cumplir con las expectativas de una sociedad que las necesita, aunque no siempre lo sepa, quizá estas estaciones tendrían que concentrarse en que ‘son’, y no en que ‘las llaman’ radios culturales.
Vayamos al principio: toda expresión humana, es decir, lo que las personas y las sociedades expresan, obedece a una cultura actual, ancestral o alimentada con su propia formación escolar: lo que siente o piensa, lo que canta, su música y su comida y todo aquello que expresa con emociones, incluidas las que nos inquietan para mal, como el odio y el rencor o la envidia. Algunas expresiones de la cultura se clasifican entre las que nacen del talento, que no todos cultivan, y las que se expresan de manera natural e intuitiva. Unos cantan muy bien, otros aporrean las teclas del piano con cierto entendimiento, otros le sacan forma a un trozo de madera o de piedra y se hacen escultores o mascareros; algunos son buenos aplicando pintura en un trozo de tela o dándole forma al barro. Ese talento los hace artistas y a esa manera de expresarse se le llama arte.
Para comprender lo hermoso de un amanecer, la belleza que hay en la transparencia de un arroyo o en el frescor de un bosquecillo, no se necesita mucho entendimiento, basta con permitir que nuestras emociones se vean afectadas libremente; pero para comprender una pintura de Picasso o de Dalí, un concierto de Stravinsky o de Manuel M Ponce y disfrutar de su contemplación, se necesita cierta familiaridad con su obra para no confundirla con la de otros y disfrutarla. No se trata de ser muy inteligente o “tener cierta cultura” (como suelen decirnos los muy eruditos), no; se trata de un código más sencillo, basta con abrir nuestro corazón para disfrutar del arte, entrar en contacto con él todos los días hasta que se vuelva costumbre. Con cierto cuidado, porque no todo lo expresado con propósitos artísticos es artístico ni bueno ni, mucho menos, genial; también hay quienes cuando tocan un piano, le soplan a la tuba o al trombón, uno quiere salir huyendo. Tampoco es de confianza el arte que nos chantajea: hay quienes quieren ver maravillas en un retrato del Papa nomás porque es el Papa, aunque el pobre haya salido bizco o ni siquiera muestra la figura que el aficionado se proponía; o quienes creen que son arte los garabatos de un niño que aún no aprende a pintar, o los de una anciana que nunca cultivó la técnica y sigue pintando cerros, cielos y estrellitas. También hay músicos, pintores o cantantes con alguna discapacidad que hacen un trabajo espantoso, y su trabajo no será arte sólo porque lo hizo una persona con limitaciones físicas, a pesar de que, ciertamente, su esfuerzo, igual que un estudiante de primer semestre de Bellas Artes, merezca grandes aplausos.
¿Qué pasó entonces?, si es tan fácil, ¿por qué nos lo hacen parecer tan difícil?
Las llamadas “radios culturales” construyen sus proyectos de existencia abrazadas a la idea de mostrarse con una imagen de intelectuales, doctos, eruditos o muy cultos. Tratar de adornarse al hablar es la mejor forma de errar. Oscar Valdovinos suele decirles a los escritores que comienzan “no traten de parecer doctos en el tema, peros séanlo”.
Si de origen estas radios buscaran ‘ser’ antes que ‘parecer’ radios culturales, quizá las empresas ‘noticiosas’, la música comercial o los programas frívolos, no tendrían nada que hacer en las radios de gobierno, universitarias o comunitarias, por una razón: la radio en estos espacios debe servir para contrarrestar los embates del ‘arte’ comercial, cuyo único fin es penetrar para vender, vender para obtener ganancias y nunca en aras de crear conciencia social ni deshacer la confusión entre lo que es arte y lo que no.