Aunque uno lo desee, es imposible sustraerse a la influencia de la información sobre el Covid-19, que inunda, en general, a los medios de comunicación. Así, en un día convencional, cotidiano, por la mañana podemos despertar con el informe de tal o cual medio televisivo sobre las cifras de fallecidos y continuar a lo largo del día con “reportajes especiales”, comunicados gubernamentales (donde podemos constatar que la realidad nunca dejará de sorprendernos; para muestra están los gobernadores que no resisten el llamado a su vocación represiva[i]), paneles de expertos (que en muchas ocasiones no son sino meros empleados de la cadena de televisión o de radio haciendo las veces de editoriales, actividad frecuente en nuestro país donde los medios de comunicación han desempeñado un papel activo en la definición de “buenos” y “malos”, lo “correcto” y lo que no lo es tanto), testimonios donde podemos ver, desde quienes deciden compartir su experiencia con la enfermedad,[ii] hasta las llamadas fake news, que algunos se empeñan en popularizar con quién sabe qué fin, análisis sobre el futuro que nos espera, desde los fatalistas que nos quieren espoilear con el “al final todos se mueren”, hasta los conspiracionistas, que insisten en que la enfermedad no existe, pasando por los optimistas, que nos invita a “sacar provecho” de esta etapa; los espiritualistas, que nos llaman a escuchar el llamado de Dios; los curatodo, que aseguran tener la solución a la enfermedad al alcance de una botella de vinagre.
En suma, una larga lista de gente que busca lidiar con la enfermedad de la manera que más le acomode. Estoy lejos de saber si en algún momento de la historia del hombre hubo tal cantidad de información circulando al mismo tiempo sobre un determinado tema, pero no importa, el fin que persigo es el siguiente:
¿De qué manera la Secretaria de Salud se dispuso a difundir las medidas de higiene, y de comportamiento, necesarias para amortiguar los efectos de la pandemia en localidades indígenas? ¿Existe una estrategia pensada y adecuada a este tipo de localidades?
Por cuestiones personales, debo trasladarme a través de, o visitar, localidades en los márgenes del Lago de Pátzcuaro y lo que se puede ver es que cada localidad ha asumido de manera propia la tarea de protegerse de la infección, y que les ha funcionado de diferente manera, según la localidad de que se trate: cartulinas con instrucciones básicas de higiene, en general las mismas que se recomiendan a nivel nacional, incluido el evitar saludar de beso (quienes viven en algún pueblo p’urhepecha saben de lo inútil de esta indicación), pegadas en plazas y lugares concurridos; decisiones tomadas en Asamblea General de los comuneros (algunas de estas decisiones llegan al extremo de cerrar el paso a gente ajena a la comunidad[iii]) o simplemente dejar que el tiempo se encargue de acabar con las molestias que el Covid-19 ocasiona (caso de Ihuatzio). En cualquier caso, la población define en qué momento puede arrepentirse de alguna medida tomada, ya sea por cansancio, por que la consideran errónea o porque la gente “ya no quiso jalar”. Ejemplos: en algunos lugares decidieron retirar las cartulinas porque, contrario a la finalidad primera que era dar instrucciones, generaba temor la manera en que habían sido escritos (me disculpo con el lector por no contar con foto alguna); durante mes y medio prohibieron la entrada a toda persona ajena a la comunidad de Jarácuaro. Se estableció un rol de guardias que pronto naufragó por la poca claridad que se tenía en cuanto al tipo de personas a las que se debía negar el paso.
¿Qué hacer con la señora que traía de otro lugar verdura para vender, qué con quien vendía semillas, el que venía de Pátzcuaro a vender pan, el pollo, la carne, la trenza para hacer sombreros (actividad esencial en Jarácuaro)? Todos ellos, bienes que no se producen en la localidad. ¿Qué se le pedirá a quien se le permita entrar? ¿Qué use cubreboca? ¿Qué se porte bien? ¿Qué no salude de beso? En algún punto la medida se hizo tan rígida que se prohibió la entrada a personas originarias de la localidad que radicaran fuera de ella. Por supuesto, los problemas no tardaron (se negó la entrada a los familiares de una persona recién fallecida que pretendía participar del duelo familiar, se prohibió durante un tiempo la entrada a los distribuidores de la trenza para elaborar sombrero) y se comenzaron a generar fisuras al interior de la comunidad que terminaron por romper el cerco establecido. La gente “no aguantó, ya no quiso jalar” es la explicación que recibí.
Es visible la invisibilidad de la Secretaría de asuntos Indígenas del Estado de Michoacán (más allá del Facebook donde presumen como logro histórico la elaboración de un cartel con la invitación a no salir a la calle y que “seguimos trabajando para nuestras comunidades indígenas”) en el acompañamiento a los pueblos indígenas del estado en este tiempo de pandemia. Con el risible presupuesto que se le asigna no se puede esperar mucho.
El saber que la pobreza económica se concentra en este grupo social y que esto lo hace particularmente vulnerable y los convierte en población de riesgo, pues no es fácil seguir la indicación de quedarse en casa, no nos queda más que esperar que la cuerda no se rompa por lo más delgado.
[i] https://www.mimorelia.com/van-en-michoacan-por-orden-colectiva-para-cancelar-fiestas-y-eventos-masivos/
[ii] https://www.youtube.com/watch?v=vn63hlcOTQE
[iii] https://www.elsoldemorelia.com.mx/local/por-covid-19-comunidades-purhepechas-cierran-accesos-a-turistas-y-foraneos-5081657.html